“Tienes la cadera como que te has pasado la vida entera corriendo”
Desde que el terapeuta lo dijo, me hizo mucho sentido. Fue una de esas cosas que la gente dice que nuestro cuerpo asiente automáticamente.
Sí, se siente como que me he pasado la vida corriendo. Estoy exhausta. Un cansancio que penetra mis huesos, multiplica la gravedad, y me tiene con sed constante. No me cabe duda que mi cuerpo ha estado corriendo energética y emocionalmente, por eso se ve físicamente.
Mi primera pregunta no fue “por qué”. La pregunta que me surgió fue: ¿de qué?
Me queda clarísimo que correr es el mecanismo de supervivencia número uno junto a hacerse el muerto. Venimos corriendo como especie desde la primera iteración. Corríamos para evitar ser devorados por leones, tigres, otros clanes y toda clase de criaturas.
Solo que los leones ya no son de cuatro patas y con grandes colmillos, son más… abstractos. Son esa sensaciones, hipótesis armadas en nuestra mente sin evidencia alguna, notificaciones de texto, pixeles en la pantalla que marcan 0.00 en nuestra cuenta de banco.
El león ha evolucionado pero la respuesta no.
Se nos acelera el corazón, nos sudan las manos, se tensa la cadera. La sangre fluye por galones hacia las piernas preparándonos para correr.
Pero el movimiento nunca llega.
Y si eso se repite la suficiente cantidad de veces, se vuelve crónico. El cuerpo se queda en un bucle, enviando la señal de correr a la más mínima señal de “peligro”, al más mínimo sonido. El cuerpo baja el filtro, incrementa la audición, se mantiene en alerta.
“Detengámonos a comer una merienda mientras el león nos persigue”, dijo nadie nunca. El estómago deja de recibir sangre y por ende de digerir. La sirena está encendida hasta cuando dormirnos y el sueño es tan ligero como el de un vigilante.
Pero volviendo al punto, me queda claro la parte de correr, porque es lo natural, lo esperado. Lo que no me queda claro es de qué.
Verás, todos manejamos nuestras experiencias de vida de manera diferente. Algunas personas han expresado lo difícil que debió haber sido para mí vivir bullying, tener un busto triple D a los 13 años, experimentar la isquemia de mi papá a los 5 años que causó estragos en mi familia.
Otros me dicen que no sienten que yo tenga trauma, no me violaron, no abusaron de mi, no viví guerra o extrema pobreza.
Ambos están en lo correcto. Solo uno entiende como funciona el cuerpo. El otro habla desde una percepción muy cerrada de la vida, y también eso es correr.
Todos corremos.
Unos lo sentimos, otros lo ignoramos.
Pero todos corremos de algo.
Quien es realmente libre es quien no corre, quien pacíficamente camina.
En esta vida me ha tocado no solo correr, sino también sentirlo hasta más que muchos. Estar híperconciente de que estoy corriendo. Ver mis placas mostrar degeneración en una cadera que tiene 15 años sin correr de manera literal. Verme a mi misma colapsar y convulsionar porque correr figurativamente no es suficiente para mi cuerpo y necesitamos jugar al muerto.
Al final todo es protección. Un sistema de alta gama diseñado por Dios para mantenernos vivos y viviendo la experiencia en esta tierra.
La pregunta es de qué. Todos tenemos una lotería de respuestas.
Yo corro de mi propio potencial. Corro de ser mala persona. Corro de querer de más y ser ambiciosa. De no ser suficiente. De ser demasiado. De no ser nada.
Corro del momento en que mi inocencia se dio cuenta que todos esperaban algo diferente de mi. Del momento en que mi cerebro en desarrollo empezó a ver que la gente tiene opiniones y quieren que seas diferente pero no demasiado, buena pero humilde, fuerte pero sumisa.
Corro de los oximorones, las contradicciones…
Corro de mí y quien puedo ser.
He estado corriendo 15 años pero ya estoy lista para dejar de correr.
Cuando no corres, luchas. Cuando luchas, dejas de estar en ese espacio suspendido en el tiempo en el cual no estás enfrentando el león pero tampoco estás libre. Un espacio que puede ser muy cómodo porque no requiere perder… todavía. Solo pierdes si te detienes. Ganas si el león se detiene.
Aquí es que está el asunto. El león figurativo, ese cúmulo de experiencias y vivencias, números en una pantalla o creencia y expectativa… no se detiene por si solo porque no está corriendo tras de ti…
Está corriendo contigo.
Lo llevas contigo.
Si te detienes, luchas, y de vuelve sobre dejarlo o llevártelo nuevamente. La mayoría de gente se resiste a dejarlo porque se ha acostumbrado al peso. Puede que luchen pero vuelven y lo recogen, a su viejo amigo. Eso hice yo por años.
La otra parte lo dejan y siguen su camino, corriendo de otra cosa o admirando el paisaje.
Yo he querido ir dejando estos paquetes. Ir enterrándolos, colocándoles piedras y flores encima para saber donde los dejé y seguir mi camino. Y me he ido sintiendo más ligera. He corrido más rápido. Ya duró menos enterrando. Las luchas se han vuelto menos difíciles.
Ya veo hacia delante, ya veo para donde voy y no solo a qué le corro. Ya no voy a la deriva, voy intencionalmente siguiendo ruta. Me puedo parar a respirar, a estar, porque nada me persigue.
Ni lo que quieren hacerme y hacerse creer que nos persigue me quita el sueño. Se ha empezado a sentir como un paseo y no una carrera.
Mi cadera física cuenta la historia. Me sirve de monumento y museo a la corrida de mi vida. Y ahora es tiempo de regenerar. De reconstruir, fortalecer. Recuperar. Todo ese tejido atrofiado. Tanto trabajo que ha hecho al correr por mi seguridad. Que lindo que ya sabe que no tiene que correr. Que lindo que ya puede soltar, respirar, y sanar.
Mi sistema ya no siente que tiene que encender las alarmas. Ya no cree que estoy en peligro 24/7 por pixeles en una pantalla. Por momentos, entra en alerta pero sabe que puede apagarlo. Sabe que encontramos seguridad, siempre.
El estrés se vuelve una herramienta, no un estilo de vida. Nos detenemos a tomar meriendas, a hacer la siesta. Siempre me encanto el concepto de tirar una “pavita” o siesta debajo de un árbol luego de comer. Tanta gente lo hace en el campo, y tanta gente lo ve como un lujo en la ciudad. Algo tan simple, tan básico, como detenernos a digerir.
Muchos cuerpos no saben que no tienen que correr. Que pueden echar la pava. Muchos cuerpos están en el ciclo de correr porque la mente está estancada en esa función. Se ha quedado la configuración atascada, y en vez de reconfigurar le damos un halón a la palanca o el sistema de sobrecarga y entramos en burnout, crisis, enfermedad…
En vez de dejar de correr. En vez de enfrentar el león. En vez de elegir nuestra seguridad. ¿Cuanta gente no he visto estar al borde de tenerlo todo y dejarlo ir, “arruinarlo” porque lo ven como un león? Cuando todo lo que tenían al frente era un conejito rechoncho.
Mentes que ven leones en todos lados porque tienen años corriendo de uno. Porque no creen que tienen Leones, creen que tienen mosquitos o cucarachas porque “Fulano” si tiene un león de todo el tamaño, ¿como oso yo creer que también tuve uno?”
Osa.
Atrévete a creerlo.
Enfréntalo.
Y luego vuelve a moverte, dejando esa maleta en esa parte del camino. No te la lleves contigo y no te quedes ahí tampoco. Hay gente que hace una choza y se queda a vivir encima de sus bagajes. Enfrentan tanto al leon que se vuelve un juego. Que en vez de correr, coquetean con su trauma y evaden seguir adelante.
Vamos a enterrar ese peso. Quiero verte corriendo ligera, caminando en el aire, disfrutando el paisaje. Quiero verte vivir. Quiero verte seguir el camino, y descubrir que más para adelante hay verdor, sombra y disfrute.
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